6 u 8 años, en otoño o invierno, no lo recuerdo bien, pero estaba nublado y hacía frío. Al parecer Karina no estaba porque me sentía aburrido y la casa oscura, tampoco mis padres, ignoro si mis tías... pero sí estaba mi abuela, en la cocina seguramente, o sentada al borde de su cama escuchando tangos con una vieja radio. La cosa es que estaba solo. Puente Alto en esos años era mucho más tranquilo, de hecho siendo mi mamá joven ni siquiera estaba conectado con el resto de la ciudad: era una comuna lejana al sur. A un costado de la casa de mi abuela, que era la casa-esquina, había un grupo de edificios de departamentos antiguos, de estos de los años 70, todos iguales y blancos, la gracia es que el espacio en que estaba construídos era surcado sólo por veredas rectas y perpendiculares entre sí rodeadas de muchos árboles grandes y el suelo estaba casi en todas partes cubierto de pasto bien cuidado, así que era una especie de parque abierto para mí y mi prima. Me puse un chaleco tejido por mi madre y salí a caminar al parque. No andaba nadie por allí y estaba todo muy tranquilo, sólo corría a veces un viento frío que movía las ramas de los árboles. Yo sólo miraba callado a mi alrededor buscando algo que llamase mi atención cuando de pronto desde la vereda pavimentada veo justo frente a uno de los edificios de departamentos una bolsa plástica flotando sola, dominada probablemente por un remolino de viento momentáneo. Me quedé viéndola un rato: volaba liviana, dando vueltas sin dirección, descendiendo, elevándose, etérea como las hojas que se arremolinaban en el suelo. Me acerqué hasta quedar bajo ella, pero no la alcanzaba. Me subí a las casetas donde se guardaban los medidores de electricidad de los departamentos y esperé a que se acercara. La tomé con mis manos, bajé y comencé a jugar con ella. La levantaba en el aire, la inflaba y se elevaba sola, a veces se alejaba lo suficiente como para que tuviese que partir corriendo tras ella con mis brazos estirados hacia arriba para poder recuperarla, a veces caía liviana en el suelo, daba vueltas, se enredaba en las ramas de los arboles y la creía perdida hasta que una ráfaga la dejaba caer hasta mí otra vez. Así estuve un buen rato, solitario jugando en el parque silencioso, sin nadie caminando alrededor, hasta que al fin la encumbré y el viento la infló de tal manera que de elevó más y más, ya fuera de mi alcance, y se la comenzó a llevar lejos. La seguí debajo, por los pastos y las veredas, un buen trecho esperando que cayera denuevo, pero nunca pasó: en vez de eso subió y subió más y más, se veía pequeña ya cuando alcanzó una altura más allá del techo de los edificios y siguió adelante, yo aún la seguía con la vista. Fue más allá de la avenida Cocha & Toro, frontera natural para mí en ese entonces, y la vi perderse lejos entre las casas y más allá, donde los cerros cubiertos de nubes se elevaban. Regresé a casa y ya a la hora del té no le dije nada a nadie, guardando lo vivido como un secreto, hasta que pasados lo años se volvió recuerdo. A veces lo recuerdo, hoy por ejemplo, en que el día está nublado
y me siento frente al PC a vaciar algunas cosas de mí.
domingo, 10 de agosto de 2008
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