lunes, 31 de diciembre de 2007

Estamos Aquí


La nave espacial se encontraba muy lejos de casa, más allá de la órbita del
planeta más exterior y muy por encima del plano de la eclíptica, una superficie
plana imaginaria, algo así como una pista, en la que generalmente se hallan
confinadas las órbitas de los planetas. La astronave se alejaba del Sol a 65000
kilómetros por hora. Pero a principios de febrero de 1990 recibió un mensaje
urgente de la Tierra.
Obediente, modificó la orientación de sus cámaras, dirigiéndolas hacia los
planetas ahora distantes. Tras girar su plataforma de exploración científica de un
lugar del cielo a otro, captó sesenta imágenes y las almacenó, digitalizadas, en su
cinta registradora. Luego, lentamente, en marzo, abril y mayo, fue radiando los
datos hacia la Tierra. Cada imagen estaba compuesta de 640000 elementos
individuales (pixels), como los puntos que aparecen en una foto impresa o en un
cuadro puntillista. La nave espacial se encontraba a seis mil millones de
kilómetros de la Tierra, tan lejos, que cada pixel tardaba cinco horas y media,
viajando a la velocidad de la luz, en alcanzarla. Las imágenes podían haber sido
reintegradas antes, pero los grandes radiotelescopios ubicados en California,
España y Australia que reciben estos susurros procedentes de los bordes del
sistema solar tenían responsabilidades con otras naves que surcan el océano
espacial, entre ellas la sonda Magallanes, en dirección a Venus, y Galilea, en
tortuoso viaje hacia Júpiter.
El Voyager 1 se encontraba tan por encima del plano de la eclíptica porque, en
1981, se había aproximado mucho a Titán, la luna gigante de Saturno. Para su nave
hermana, el Voyager 2, fue programada una trayectoria distinta dentro de dicho
plano, y pudo así llevar a cabo sus celebradas exploraciones de Urano y Neptuno.
Los dos robots Voyager han investigado cuatro planetas y casi sesenta lunas.
Constituyen notables triunfos de la ingeniería humana y se cuentan entre las
glorias del programa espacial norteamericano. A buen seguro ambas figurarán en
los libros de historia cuando muchas otras cosas de nuestro tiempo hayan quedado
relegadas al olvido.
El buen funcionamiento de los Voyager sólo estaba garantizado hasta que
efectuaran su encuentro con Saturno. Se me ocurrió que podía ser una buena idea
que, una vez se hubiera producido, echaran un último vistazo en dirección a la
Tierra. Yo sabía que desde Saturno la Tierra se vería demasiado pequeña como
para que el Voyager pudiera percibir detalles. Nuestro planeta aparecería como un
mero punto de luz, un pixel solitario, apenas distinguible de los otros muchos
puntos de luz visibles, planetas cercanos y soles remotos. Pero precisamente por la
oscuridad de nuestro mundo puesta así de manifiesto, podía valer la pena
disponer de esa imagen.
Los navegantes dibujaron esmerados mapas de las líneas costeras de los
continentes. Los geógrafos tradujeron esos hallazgos a mapas y globos terráqueos.
Fotografías de pequeños trozos de la Tierra fueron tomadas primero desde globos
y aviones, luego por cohetes en breves vuelos balísticos y, finalmente, por naves
espaciales puestas en órbita, que ofrecen una perspectiva como la que se consigue
observando un gran globo terráqueo a tres centímetros de distancia. Si bien a casi
todos nosotros nos han enseñado que la Tierra es una esfera a la que, en cierto
modo, estamos pegados por la fuerza de la gravedad, no empezamos a darnos
verdadera cuenta de la realidad de nuestra circunstancia hasta ver la famosa foto
de gran cobertura que la nave Apolo tomó de la esfera terrestre, la que obtuvieron
los astronautas del Apolo 17 en el último viaje del hombre a la Luna.
Esa imagen se ha convertido en una especie de icono de nuestra época. En ella
aparece la Antártida, que americanos y europeos tan rápidamente consideran el
punto más inferior, y luego todo el continente africano extendiéndose hacia arriba:
puede verse Etiopía, Tanzania y Kenya, donde vivieron los humanos primitivos.
Arriba, a la derecha, se vislumbra Arabia Saudí y lo que los europeos llaman el
Próximo Oriente. En la porción superior, sobresaliendo apenas, se encuentra el mar
Mediterráneo, a orillas del cual emergió una parte importante de nuestra
civilización global. Se distingue también el azul del océano, el color rojo
amarillento del Sahara y del desierto árabe, el verde pardo de bosques y prados.
Pero no hay rastro de los humanos en esa foto; tampoco de la remodelación de
la superficie de la Tierra que nuestra especie ha llevado a cabo, de nuestras
máquinas o de nosotros mismos: somos demasiado pequeños y nuestra
organización política demasiado débil para ser captados por una nave espacial
situada a caballo entre la Tierra y la Luna. Desde esa posición no se percibe
ninguna evidencia de nuestra obsesión por el nacionalismo. Las imágenes de la
Tierra obtenidas por el Apolo transmitieron a las multitudes algo de sobra conocido
para los astrónomos: a la escala de los mundos —por no mencionar a estrellas o
galaxias—, los humanos somos insignificantes, una fina película de vida sobre un
oscuro pedazo de roca y metal.
Me pareció que otra instantánea de la Tierra, esta vez desde una distancia cien
mil veces superior, podía ser útil en el constante proceso de revelarnos a nosotros
mismos nuestra verdadera circunstancia y condición. Los científicos y filósofos de
la antigüedad clásica habían comprendido correctamente que la Tierra es un mero
punto en la inmensidad del cosmos, pero nadie la había visto nunca como tal. Esa
era nuestra primera oportunidad (y quizá también la última en décadas y
décadas).
Eran muchos los que apoyaban el proyecto Voyager en la NASA. Pero desde el
sistema solar exterior la Tierra está situada muy cerca del Sol, como una polilla
cautiva alrededor de una llama.
¿Debíamos aproximar tanto la cámara al Sol y arriesgarnos a que se quemara el
sistema vidicón de la sonda espacial? ¿No sería mejor esperar a que hubiera
tomado todas las instantáneas científicas —las de Urano y Neptuno—, si es que la
nave lograba conservarse todo ese tiempo?
Así pues esperamos —y resultó bien—, desde 1981 en Saturno y 1986 en Urano,
hasta 1989, en que ambas sondas hubieron pasado las órbitas de Neptuno y Plutón.
Por fin llegó el momento. Sin embargo, primero era necesario efectuar una serie de
calibraciones instrumentales, y aguardamos un poquito más. A pesar de que las
naves se encontraban en las posiciones correctas, su instrumental funcionando a la
perfección y ya no había más fotos que tomar, algunos miembros del personal se
mostraron contrarios a llevarlo a cabo. Aquello no tenía nada que ver con la
ciencia, adujeron. Luego descubrimos que, en una NASA agobiada por los
problemas económicos, los técnicos que diseñan y transmiten las órdenes por radio
a los Voyager iban a ser despedidos de inmediato o transferidos a otros puestos. Si
realmente querían tomarse esas imágenes, debía hacerse en ese preciso momento.
En el último minuto —de hecho se produjo en mitad del encuentro del Voyager 2
con Neptuno—, el entonces responsable de la NASA, el contralmirante Richard
Truly, intervino y se aseguró de que se realizara el trabajo. Los científicos
espaciales Candy Hansen, del Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL) de la
NASA, y Carolyn Porco, de la Universidad de Arizona, diseñaron la secuencia de
órdenes y calcularon los tiempos de exposición de la cámara.
De modo que aquí están, un mosaico de cuadrados colocados sobre los planetas
y un esbozo de lo que son las estrellas más distantes. No sólo fue posible
fotografiar la Tierra, sino también cinco de los nueve planetas conocidos del Sol.
Mercurio, el más interior, se hallaba perdido en medio del deslumbrante
resplandor solar, mientras Marte y Plutón eran demasiado pequeños, estaban
escasamente iluminados y excesivamente alejados. Urano y Neptuno son tan
oscuros, que registrar su presencia requirió largos periodos de exposición; por
consiguiente, esas imágenes quedaron borrosas a causa del movimiento de la nave
cósmica. Ese es el aspecto que ofrecerían los planetas a un vehículo espacial
extraterrestre que se acercase al sistema solar tras un largo viaje interestelar.
Desde la distancia, los planetas parecen sólo puntos de luz, con manchas o sin
ellas, incluso a través del telescopio de alta resolución instalado a bordo del
Voyager. Son como los planetas observados a simple vista desde la superficie de la
Tierra, puntos luminosos más brillantes que la mayoría de estrellas. Por espacio de
unos meses, nuestro planeta, al igual que los demás, da la sensación de flotar entre
las estrellas. Con sólo mirar uno de esos puntos no somos capaces de decir lo que
alberga, cuál ha sido su pasado y si, en esta época concreta, vive alguien allí.
Como consecuencia del reflejo de la luz solar de la nave hacia la Tierra, ésta
parece envuelta en un haz de luz, como si ese pequeño mundo tuviera algún
significado especial. Pero se trata solamente de un accidente achacable a la
geometría y a la óptica. El Sol emite su radiación equitativamente en todas
direcciones. Y si la imagen hubiera sido tomada un poco antes o un poco después,
no habría habido haz de rayos solares que iluminara la Tierra.
¿Y por qué ese color azul celeste? El azul procede en parte del mar y en parte del
cielo. Dentro de un vaso, el agua es transparente y absorbe ligeramente más luz
roja que azul. Pero si lo que hay son decenas de metros de ese elemento o más, éste
absorbe toda la luz roja y lo que se refleja de vuelta al espacio es el azul. Del mismo
modo, a corta distancia, a través del aire, el objeto se ve transparente. No obstante
—y eso es algo que Leonardo da Vinci explicó a la perfección—, cuanto más
distante se encuentra, más azul parece. ¿Por qué? Ello es debido a que el aire
dispersa mucho mejor la luz azul que la roja. Por ello, el matiz azulado de ese
puntito es debido a su espesa pero transparente atmósfera y a sus profundos
océanos de agua líquida. ¿Y el blanco? En un día normal, la Tierra aparece medio
cubierta de blancas nubes de agua.
Nosotros somos capaces de explicar ese azul pálido que presenta nuestro
pequeño mundo porque lo conocemos bien. Sin embargo, es menos probable que
un científico extraterrestre, recién llegado a los aledaños de nuestro sistema solar,
fuera capaz de deducir la existencia de océanos, nubes y una atmósfera densa.
Neptuno, por ejemplo, es azul, pero fundamentalmente por razones distintas.
Desde esa posición tan alejada puede parecer que la Tierra no reviste ningún
interés especial.
Pero para nosotros es distinta. Echemos otro vistazo a ese puntito. Ahí está. Es
nuestro hogar. Somos nosotros. Sobre él ha transcurrido y transcurre la vida de
todas las personas a las que queremos, la gente que conocemos o de la que hemos
oído hablar y, en definitiva, de todo aquel que ha existido. En ella conviven
nuestra alegría y nuestro sufrimiento, miles de religiones, ideologías y doctrinas
económicas, cazadores y forrajeadores, héroes y cobardes, creadores y destructores
de civilización, reyes y campesinos, jóvenes parejas de enamorados, madres y
padres, esperanzadores infantes, inventores y exploradores, profesores de ética,
políticos corruptos, superstars, «líderes supremos», santos y pecadores de toda la
historia de nuestra especie han vivido ahí... sobre una mota de polvo suspendida
en un haz de luz solar.
La Tierra constituye sólo una pequeña fase en medio de la vasta arena cósmica.
Pensemos en los ríos de sangre derramada por tantos generales y emperadores con
el único fin de convertirse, tras alcanzar el triunfo y la gloria, en dueños
momentáneos de una fracción del puntito. Pensemos en las interminables
crueldades infligidas por los habitantes de un rincón de ese pixel a los moradores
de algún otro rincón, en tantos malentendidos, en la avidez por matarse unos a
otros, en el fervor de sus odios.
Nuestros posicionamientos, la importancia que nos auto atribuimos, nuestra
errónea creencia de que ocupamos una posición privilegiada en el universo son
puestos en tela de juicio por ese pequeño punto de pálida luz. Nuestro planeta no
es más que una solitaria mota de polvo en la gran envoltura de la oscuridad
cósmica. Y en nuestra oscuridad, en medio de esa inmensidad, no hay ningún
indicio de que vaya a llegar ayuda de algún lugar capaz de salvarnos de nosotros
mismos.
La Tierra es el único mundo hasta hoy conocido que alberga vida. No existe otro
lugar adonde pueda emigrar nuestra especie, al menos en un futuro próximo. Sí es
posible visitar otros mundos, pero no lo es establecernos en ellos. Nos guste o no,
la Tierra es por el momento nuestro único hábitat.
Se ha dicho en ocasiones que la astronomía es una experiencia humillante y que
imprime carácter. Quizá no haya mejor demostración de la locura de la vanidad
humana que esa imagen a distancia de nuestro minúsculo mundo. En mi opinión,
subraya nuestra responsabilidad en cuanto a que debemos tratarnos mejor unos a
otros, y preservar y amar nuestro punto azul pálido, el único hogar que
conocemos.

Carl Sagan: Un Punto Azul Pálido

miércoles, 31 de octubre de 2007

miércoles, 10 de octubre de 2007

"Vida y vuelo propio" u "Hoy no quiero escribir"

Hoy no quiero escribir. Sin embrgo entro aquí y escribo.
¿Por que? es como el itinerario
del que tiene propiedades en varias partes y pasa
revisandolas una por una para ver que todo esté en orden
y aprovecha de aportar en alguna, un poquito.
Pero no tengo mucho que decir;
en realidad uno escribe cuando una situación,
una emoción u otro motor que sale
de la achatada normalidad
te da ese implso inspirador.
Ni hoy ni ayer existió tal motor.
Todo sigue bonitamente bien (si tal palabra existe)
un poco de malestar físico,
ver a los amigos,
ir a la U,
discuciones,
dias soleados,
podría escribir sobre todo eso, pero no tengo ganas.
¿Entonces que estoy haciendo?
Al parecer, tal como ciertos científicos dicen que de la nada surgió el Universo, yo de lo normal puedo hacer surgir un tema
es como escribir sobre la nada
entonces la nada ya es algo
entonces estos días ya son un impulso
¿Ven?
¡¡El último hombre de Fukuyama no será tal,
frente a su homeostásis se levantará
y la historia seguirá!!
(pueden hacer como que esto último escrito no estaba realmente allí, volada personal)
y el escrito toma vida y vuelo propio, y crece!
pero se acabó.

jueves, 13 de septiembre de 2007

Singet! singet! singet dem Herrn

Vuelo denuevo, por mis padres
que impacientes me esperan
quieren verme pronto y les vienen las ansias
y la urgencia
asi que hago caso y vuelo denuevo.
Y bueno, tengo ganas de ir
asi como para olvidarme un poco de los estudios
y mi crisis de motivación
(idea algo ilusa porque llevaré un sinnúmero de cosas para estudiar allá
de manera que no me separaré de esto y se mezclarán dos mundos, que raro).
Cambiando un poco de tema
Bach, maestro eternamente!
y encontré una página de un coro
de cámara (¿?) que me gusto re-harto


jueves, 6 de septiembre de 2007

Dream of the Return

Al mar heché un poema
que llevó con él mis preguntas y mi voz.
Como un lento barco se perdió en la espuma.

Le pedí que no diera la vuelta
sin haber visto el altamar y en sueños hablar
conmigo de lo que vio.

Aún si no volviera yo sabría si llegó.

Viajar la vida entera
por la calma azul o en tormentas zozobrar.
Poco importa el modo si algún puerto espera.

Aguardé tanto tiempo el mensaje
que olvidé volver al mar y así yo perdí aquel poema.
Grité a los cielos todo mi rencor.

Lo hallé por fin pero escrito en la arena
como una oración.

El mar golpeó en mis venas
y libró mi corazón.

lunes, 3 de septiembre de 2007

en una casa que puede o no estar embrujada

Mañana.
La casa está callada, no se mueve el aire dentro,
sólo crujen los materiales con el primer sol de las 7:00 am
más allá, más acá, dando una especie de visión tridimensional del tamaño de las piezas y muros.
Cuando me levanto y camino a piez descalzos
pareciera revolver el aire más denso que ha precipitado sobre el piso helado, arremolinándose invisible.
AAAhhhmm! qué sueño, hay sol afuera.
Hoy taller de ágebra, cálculo, geología y taller de geología en la tarde.
El ajetreo del día me mantiene ocupado conversando con la gente y escuchando las clases,
luego a la hora del almuerzo improviso algo (tengo que comer YA algo diferente a fideos)
mientras la radio suena y los niñitos del Andrés Sabella gritan afuera cuando sus mamás y papás llegan a buscarlos. Quedo satisfecho y ordeno un poco la cocina.
Después del taller de geología en que identifico un sinnúmero de rocas y cristales mientras muero con el viento gélido de las 18:00 horas, la casa está silenciosa denuevo.
Sentado arriba en el computador escribiendo una entrada a mi blog no me percato de como anochese afuera. No prendí la radio esta vez. Derepente siento que alguien entra a la casa, que pasa cerca de la escalera. Llegó Laura, pienso; claro, si es martes. Al rato bajo y la llamo porque parece que no está (¿?)
Y no está.
Entonces voy a la radio y pongo música de Jónsi tocando la guitarra eléctrica con su arco de cello que tanto tranquiliza cuando uno lo necesita.
Mmmmm... estando callado uno siempre pareciera esperar escuchar a alguien llegar, que irrumpa espontáneamente. La soledad es sugestiva. Diablos, no voy a pensar más en eso, no sea que luego en la noche empiece tontamente a revivir esos viejos temores infantiles a la oscuridad movediza y rastrera; la extraña sensación de presencia no deja dormir tranquilo.
Pero igual duermo y al otro día amanece bonito.

sábado, 1 de septiembre de 2007

Comercio

Los famas habían puesto una fábrica de mangueras, y emplearon a numerosos cronopios para el enrollado y depósito. Apenas los cronopios estuvieron en el lugar del hecho, una grandísima alegría. Había mangueras verdes, rojas, azules, amarillas y violetas. Eran transparentes y al ensayarlas se veía correr el agua con todas sus burbujas y a veces un sorprendido insecto. Los cronopios empezaron a lanzar grandes gritos, y querían bailar tregua y bailar catala en vez de trabajar. Los famas se enfurecieron y aplicaron en seguida los artículos 21, 22 y 23 del reglamento interno. A fin de evitar la repetición de tales hechos. Como los famas son muy descuidados, los cronopios esperaron circunstancias favorables y cargaron muchísimas mangueras en un camión. Cuando encontraban una niña, cortaban un pedazo de manguera azul y se la obsequiaban para que pudiese saltar a la manguera. Así en todas las esquinas se vieron nacer bellísimas burbujas azules transparentes, con una niña adentro que parecía una ardilla en su jaula. Los padres de la niña aspiraban a quitarle la manguera para regar el jardín, pero se supo que los astutos cronopios las habían pinchado de modo que el agua se hacía pedazos en ellas y no servía para nada. Al final los padres se cansaban y la niña iba a la esquina y saltaba y saltaba. Con las mangueras amarillas los cronopios adornaron diversos monumentos, y con las mangueras verdes tendieron trampas al modo africano en pleno rosedal, para ver cómo las esperanzas caían una a una. Alrededor de las esperanzas caídas los cronopios bailaban tregua y bailaban catala, y las esperanzas les reprochaban su acción diciendo así: ¡Crueles cronopios cruentos!. ¡Crueles! Los cronopios, que no deseaban ningún mal a las esperanzas, las ayudaban a levantarse y les regalaban pedazos de manguera roja. Así las esperanzas pudieron ir a sus casas y cumplir el más intenso de sus anhelos: regar los jardines verdes con mangueras rojas. Los famas cerraron la fábrica y dieron un banquete lleno de discursos fúnebres y camareros que servían el pescado en medio de grandes suspiros. Y no invitaron a ningún cronopio, y solamente a las esperanzas que no habían caído en las trampas del rosedal, porque las otras se habían quedado con pedazos de manguera y los famas estaban enojados con esas esperanzas.

Julio Cortázar

la Piedra del Elefante


Vaya, como son las cosas como que me humanicé
o me humanizaron, no sé;
quien diría que ese Leo santiaguino
aburrido, que no hacía nada, que no salía,
que sólo leía y leía, que no bailaba,
que calculaba,
que no tenía lazos muy fuertes con nadie
además de sus padres
que era mas bien frío y lejano
cambiaría un poco.
Diablos. Parece que tenían razón.
"Ya vas a ver, cuando entres a la U, el carrete,
los amigos, yo la pasé muy bien en la U, que
la U aquí, que la U allá, que todo eso"
Y yo "Bah, si sabes como soy, eso no pasará, si sabes que
no necesito mucho a la gente, me da lo mismo"
etc.
Freud tenia razón. Nomás alejarse de los viejos
y el humano empieza a buscar remplazo del cariño faltante,
siendo ese el motor de las relaciones humanas.*
Santiago es exclusivamente por mis padres y familia. Y por la Coni.
Mas nada. No hay raíces al final, los lazos quedarán acá.
(*): ¿era Freud?


domingo, 26 de agosto de 2007

anacoreta al fin

Me encuentro en mi pieza, hechado sobre la cama mirando el altillo sobre mi que hace las veces de techo. está atardeciendo.
Ni un ruido en la casa. Arriba la tía sigue en su eterno escaneo de diapositivas acumuladas por años de historia familiar en pro de un compendio final de ésta; el tío ya se fue a su oficina. Son las 6:00 de la tarde y me incorporo con algo de frío, que es muy normal en este espacio alto y tenue.
Tomo mis llaves , paso junto a la escalera y le grito a la tía que voy y vuelvo, al abrir la puerta me recibe la Chatén (histérica como siempre), evito sus felices uñas asesinas de chalecos y salgo de la casa. No sé a donde y no hay una razón exacta, sólo me dirijo a la costa.
Corre mucho viento. Las palmeras y demases se doblan fácilmente en el camino (entiendo así la forma peculiar de algunos árboles de por aquí), cruzo la calle y empiezo a pensar que en vez de evitar el azote gélido del viento es mejor resignarse y hacerse un poco parte de él.
Hay una especie de anfiteatro cuadrado allí de donde viene el sonido de una banda militar que ha estado todo el dia en lo mismo y me sorprendo al acercarme y ver que son sólo unos 13 jóvenes practicando... hubiese jurado que todos los regimientos del sur de Antofagasta estaban pasando por la costanera.
La calzada continúa directo a la grúa macosa que se levanta imponente frente a mi pequeña humanidad; al pasar bajo ella pareciera querer aplastarme. Y termina todo en los amplios escalones desde los cuales sólo unos pasos me separan de las rocas donde se rompen las olas. Me quedo en el borde, de pie, tán sólo mirando. El mar siempre me gustó más en un día nubado. Parece abovedarse bajo las nubes oscuras y adquiere un tamaño más perceptiblemente enorme y lejano... sólo una bandada de siluetas voladoras hacen falta para que la escena sea perfectamente hipnotizante. Casi puedo escuchar esa música...
Son minutos, un pequño tiempo, ni siquiera he bierto la boca para respirar por ella; me gusta pensar que en realidad no estoy, que soy invisible, que no soy más que esa tierra que permanece allí haciendo lo mismo que yo pero durante años. A mis espaldas está tódo, están todos, todo lo que ha pasado, todo lo que he conocido, siguiendo su curso cotidiano, aconteciendo lo que luego se comentará en las agradables reuniones, en las llamandas telefónicas a distancia y en las onces mas o menos familiares.
No es el silencio, es la soledad que resulta del mar, que todo lo disuelve y lo convierte en arena. Cómo le temo al mar.
Media vuelta y los pasos me llevan de regreso. La banda aún toca las liras y los tambores; el perro que los acompaña me ve y corre rabioso hacia mí, subiendo veloz los escalones. Se acerca ladrando. Toca mi codo con su hocico incluso. No me inmuto, no me detengo, no varío la inercia, pues no es capaz de dañarme realmente, no tiene razones.
Al pasar bajo la escalera le grito a la tía que ya llegué.
Me siento en la cama, me recuesto en ella, como hace un momento.
Esta noche canto denuevo. Qué bien.
Si no fuese por eso quizás si me disolviera el mar.

sábado, 25 de agosto de 2007

Inicio


"Comemos bayas y raíces. Nueces y hojas. Y animales muertos. Algunos son animales que encontramos. Otros los cazamos. Sabemos qué alimentos son buenos y cuáles son peligrosos. Si comemos algunos alimentos caemos al suelo castigados por haberlo hecho. Nuestra intención no era hacer nada malo. Pero la dedalera y la cicuta pueden matarte. Nosotros amamos a nuestros hijos y a nuestros amigos. Les advertimos para que no coman estos alimentos.“Cuando cazamos animales, es posible que ellos nos maten a nosotros. Nos pueden cornear, O pisotear. O comer. Lo que los animales hacen puede significar la vida y la muerte para nosotros; su comportamiento, los rastros que dejan, las épocas de aparejarse y de parir, las épocas de vagabundeo. Tenemos que saber todo esto. Se lo contamos a nuestros hijos. Ellos se lo contarán luego a los suyos.“Dependemos de los animales. Les seguimos: sobre todo en Invierno cuando hay pocas plantas para comer. Somos cazadores itinerantes y recolectores. Nos llamamos pueblo de cazadores.“La mayoría de nosotros se pone a dormir bajo el cielo o bajo un árbol o en sus ramas. Utilizamos para vestir pieles de animal: para calentamos, para cubrir nuestra desnudez y a veces de hamaca. Cuando llevamos la piel del animal sentimos su poder. Saltamos con la gacela. Cazamos con el oso. Hay un lazo entre nosotros y los animales. Nosotros cazamos y nos comemos a los animales. Ellos nos cazan y se nos comen. Somos parte los unos de los otros.“Hacemos herramientas y conseguimos vivir. Algunos de nosotros saben romper las rocas, escamarlas, aguzarlas y pulirias, y además encontrarlas. Algunas rocas las atamos con tendones de animal a un mango de madera y hacemos un hacha. Con el hacha golpeamos plantas y animales. Atamos otras rocas a palos largos. Si nos estamos quietos y vigilantes a veces podemos aproximamos a un animal y clavarle una lanza.“La carne se echa a perder. A veces estamos hambrientos y procuramos no damos cuenta. A veces mezclamos hierbas con la carne mala para ocultar su gusto. Envolvemos los alimentos que no se echan a perder con trozos de piel de animal, O con hojas grandes. O en la cáscara de una nuez grande. Es conveniente guardar comida y llevarla consigo. Si comemos estos alimentos demasiado pronto, algunos morirán más tarde de hambre. Tenemos pues que ayudamos los unos a los otros. Por éste y por muchos otros motivos tenemos unas reglas. Todos han de obedecer las reglas. Siempre hemos tenido reglas. Las reglas son sagradas.
“Un día hubo una tormenta con muchos relámpagos y truenos y lluvia. Los pequeños tienen miedo de las tormentas. Y a veces tengo miedo incluso yo. El secreto de la tormenta está oculto. El trueno es profundo y potente; el relámpago es breve y brillante. Quizás alguien muy poderoso esté muy irritado. Creo que ha de ser alguien que esté en el cielo.“Después de la tormenta hubo un chisporroteo y un crujido en el bosque cercano. Fuimos a ver qué pasaba. Habia una cosa brillante, caliente y movediza, amarilla y roja. Nunca habíamos visto cosa semejante. Ahora le llamamos ‘llama’. Tiene un olor especial. En cierto modo es una cosa viva. Come comida. Si se le deja come plantas y brazos de árboles, incluso árboles enteros. Es fuerte. Pero no es muy lista. Cuando acaba toda su comida se muere. Es incapaz de andar de un árbol a otro a un tiro de lanza si no hay comida por el camino. No puede andar sin comer. Pero allí donde encuentra mucha comida crece y da muchas llamas hijas.“Uno de nosotros tuvo una idea atrevida y terrible: capturar la llama, darle tan poco de comer y convertirla en amiga nuestra. Encontramos algunas ramas largas de madera dura. La llama empezó a comérselas, pero lentamente. Podíamos agarrarlas por la punta que no tenía llama. Si uno corre deprisa con una llama pequeña, se muere. Sus hijos son débiles. Nosotros no corrimos. Fuimos andando, deseándole a gritos que le fuera bien. ‘No te mueras’ decíamos a la llama. Los otros cazadores nos miraban con ojos asombrados.“Desde entonces siempre la hemos llevado con nosotros. Tenemos una llama madre para alimentar lentamente a la llama y que no muera de hambre.’ La llama es una maravilla, y además es útil; no hay duda que es un regalo de seres poderosos. ¿Son los mismos que los seres enfadados de la tormenta?“La llama nos calienta en las noches frías. Nos da luz. Hace agujeros en la oscuridad cuando la Luna es nueva. Podemos reparar las lanzas de noche para la caza del día siguiente. Y si no estamos cansados podemos vemos los unos a los otros y conversar incluso en las tinieblas. Además —y esto es algo muy bueno— el fuego mantiene alejados a los animales. Porque de noche pueden hacemos daño. A veces se nos han comido incluso animales pequeños, como hienas y lobos. Ahora esto ha cambiado. Ahora la llama mantiene a raya a los animales. Les vemos aullando suavemente en la oscuridad, merodeando con sus ojos relucientes a la luz de la llama. La llama les asusta. Pero nosotros no estamos asustados con ella."
Cosmos
Carl Sagan